ESTUDIO EXEGÉTICO–HOMILÉTICO 113 – Septiembre de 2009

Instituto Universitario ISEDET

Autorización Provisoria Decreto PEN Nº 1340/2001

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Buenos Aires, Argentina

Este material puede citarse mencionando su origen

Responsable: René Krüger


Domingo 13 de Septiembre de 2009

Sal 116:1-8; Is 50:4-9; Stg 3:1 12; Mc 8:27 38 r;


En el tercer capítulo de su carta, Santiago trata un problema muy interesante de las relaciones interpersonales y de la actitud de cada ser humano: el uso y abuso de la capacidad de expresarse mediante el lenguaje, representados gráficamente a través de la lengua. Para invitar al dominio de la lengua, Santiago pinta de manera muy descriptiva los pecados de la lengua.

En el capítulo 2, Santiago había advertido ante la acepción de personas y su contraparte, la discriminación. Desde allí se puede establecer una conexión muy instructiva con el problema de los pecados de la lengua. No sólo con hechos y acciones, sino también con palabras se puede marginar, despreciar menospreciar o rechazar a una persona.

Desde el principio, la iglesia contó con maestros e instructores. Ellos recibían honra especial, pues tenían la tarea de realizar la instrucción y capacitación de los miembros para la vida en la fe y en el amor. 1 Cor 12,28 contiene una interesante lista de cargos: apóstoles, profetas, maestros, los que hacen milagros, los que sanan, los que ayudan, administradores, los que tienen don de lenguas. Ef 4,11 enumera a apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros; Pablo menciona el don de la enseñanza en Rom 12,7 y 1 Cor 14,6.26. Hb 5,12-14 subraya que alguien que quiere actuar como maestro debe haber sobrepasado ya los rudimentos de la Palabra de Dios.

Santiago se dirige ahora a los miembros de sus comunidades que tenían interés en ocupar cargos eclesiásticos. Primero subraya que todos los maestros han de enfrentar un juicio más severo, y de inmediato pasa a hablar de la dificultad de mantener la lengua bajo control. Es que el instrumento más importante de los maestros es la lengua. Aquí Santiago se halla en la tradición que también se expresa en la palabra de Jesús según Mt 12,36-37.

El uso del lenguaje es el campo en el que todas las personas pecan, y no sólo los maestros. Casi podría afirmarse que la afirmación bíblica que todos los seres humanos son pecadores se manifiesta principalmente en los pecados de la lengua. Cuando menos estas faltas son las más divulgadas y llamativas. La obra salvífica de Jesucristo adquiere su pleno significado sólo por el hecho de la pecaminosidad generalizada. Si esta inclinación se manifiesta de manera tan llamativa en los pecados de la lengua, la salvación también debe abarcar este ámbito y transformar el uso o el abuso de la capacidad de comunicación verbal. Por ello, la instrucción que sigue se dirige a toda la comunidad, y no sólo a quienes tienen a su cargo la tarea de la enseñanza. Pecaminosidad extendida y la amenaza peculiar por los pecados de la lengua por un lado, y la aspiración a la perfección por el otro, en ello consiste el cuadro que Santiago pinta ahora ante su público lector. Este tono básico de la exhortación a la perfección debe tenerse siempre presente al leer la descripción catastrófica de la incapacidad del control de la lengua, pues de otra manera el cuadro resulta trágicamente pesimista y fatalista. Esta exhortación también vincula esta parte del escrito con la meta principal de la epístola entera, anunciado en Stg 1,4: el amor perfecto.

Las imágenes del freno en la boca del caballo y del timón del barco quieren mostrar cómo es posible influenciar y dirigir un gran cuerpo con un artefacto pequeño. Así también sucede con el poder de la lengua, dice Santiago. La siguiente imagen del pequeño fuego y el gigantesco incendio de un bosque evidencia el aspecto negativo de la lengua: destruye a la persona y la convivencia humana. Esto ya lo indica la literatura sapiencial de la tradición de Israel. Eclesiástico 28,13-26 contiene una descripción de las consecuencias de los pecados de la lengua, que culmina en la exhortación a controlar y dominar la lengua. Stg 3 tiene muchos puntos de contacto con este bello texto.

En Proverbios 16,27 y 26,20-21 también se compara la lengua con un fuego. Lo mismo hace la literatura rabínica.

La incapacidad de controlar la propia lengua contrasta llamativamente con la capacidad del ser humano de dominar toda clase de animales. Es que ella es un fuego, un mundo de injusticia, un mal inquieto, algo lleno de veneno mortífero. La contaminación del cuerpo entero se opone a la tarea de la lengua como instrumento para el autocontrol, tal como lo indica el v. 2. Ninguna persona puede mantener su lengua bajo control. ¿No es esto acaso un pesimismo total? No, pues Santiago no quiere suministrar una descripción antropológica. Tampoco quiere proveer un tratado filosófico sobre la pecaminosidad de los seres hablantes. Tiene en vista la exhortación de los miembros de sus iglesias. Al escepticismo generalizado del v. 8: Pero ningún hombre puede domar la lengua, se opone la referencia a la perfección en el v. 2 y la breve, pero enfatiza exhortación del v. 10: Hermanos míos, esto no debe ser así. La perfección incluye evitar las faltas y los delitos cometidos con las palabras, y con ello, abarca todos los aspectos del control de sí mismo. A ello se agregan las imágenes de los caballos y los barcos que se dejan manejar con facilidad. Para exponer expresivamente el poder destructivo del hablar, Santiago emplea un tono conscientemente negativo en su descripción. Si alguien llegara a preguntar si acaso es posible dominar la lengua, Santiago contestaría de inmediato: ¡Justamente a esto les quiero exhortar!

De esta manera, los vs. 5-8 no se proponen divulgar fatalismo, sino señalar la peligrosidad de la lengua y exhortar a las lectoras y los lectores a dominar este instrumento. Sin llamarlos expresamente al arrepentimiento, Santiago coloca ante ellos un espejo, en el cual pueden reconocerse a sí mismo y a sus errores, para practicar una doble conversión en el campo de la comunicación verbal: evitar nuevos pecados de la lengua, y emplear la capacidad del habla para el bien.

En la parte final de esta unidad, Santiago pasa a considerar la relación entre la fe en Dios y la conducta práctica. Ése es el tema fundamental de toda su epístola. Así como había demostrado claramente en el capítulo 2 que no puede haber verdadera fe sin su puesta en práctica en el amor, muestra ahora que hay una contradicción sumamente aguda entre la alabanza de Dios y la maldición, ambas saliendo de la misma boca. Esta discrepancia en un mismo ser humano ya había sido notada y desenmascarada en el AT.

Cabe destacar que Santiago no habla simplemente de palabras buenas y malas que salen de la misma boca, sino de alabanza y maldición. Es decir, vincula la dimensión de la fe en Dios con la comunicación interhumana. Para ilustrar esta contradicción radical en un mismo ser humano, Santiago emplea nuevamente algunas imágenes tomadas de la naturaleza. Las fuentes de agua y las plantas son mucho más inequívocas que el ser humano, al que aparentemente no le preocupa vivir entre los extremos de la alabanza y la maldición, contradiciéndose a sí mismo. Es casi imposible imaginarse una oposición mayor: con la lengua alabamos a Dios, y de inmediato maldecimos al prójimo, que es la imagen de Dios en este mundo. Santiago vincula adecuadamente la fe en el Dios Creador con la actitud frente a sus imágenes. La maldición del prójimo es maldición de Dios, lo cual es un pecado gravísimo para la mentalidad formada en la Sagrada Escritura. ¡Así no debe ser! También los seres humanos hemos de ser inequívocos, por un lado, porque dominamos la naturaleza; y por el otro, porque fuimos creados y creadas a imagen de Dios.

Santiago construye su exhortación sobre el trasfondo de la tradición veterotestamentaria y judía, que también ha visto con total claridad esta contradicción entre la fe de una persona en el Dios Creador Todopoderoso y el menosprecio o desprecio del prójimo, creación e imagen de Dios. Para muestra vale un botón: Salmo 62,4 (TM 65,5): Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón. El problema ha sido reflexionado también por los autores de los libros sapienciales. Despreciar al prójimo significa despreciar a Dios, pues es desprecio de la imagen de Dios. Santiago incorpora pues creativamente una conocida tradición de la enseñanza del pueblo de Israel.


Reflexión sobre el texto

¿Cuál podría ser la relación del uso pésimo de la capacidad de comunicación con nuestra ubicación en la sociedad? En palabras quizá algo más fáciles: ¿A quiénes se desprecia tanto con palabras como con hechos? ¿Potencialmente a todas las personas por igual, o a algunas en especial?

Para cercarnos a esta pregunta que puede sonar algo curiosa o inaudita, podemos repasar los sinónimos para ciertos grupos especialmente llamativos en nuestra sociedad. Comencemos con pobres y ricos. Para hablar de un pobre, se emplea una infinidad de términos: arruinado, bajo (¡clase baja!), carenciado, carente, desamparado, descamisado, desdichado, desheredado, desnudo, desvalijado, empeñado, empobrecido, escaso, excluido, falto, hambriento, humilde, indigente, infeliz (¡pobre infeliz!), infortunado, insolvente, limosnero, marginado, marginal, mendigo, menesteroso, miserable, necesitado, pobre como una rata, pobre diablo, pobretón, pordiosero, sin bienes, sin ingresos, sin recursos, venido abajo, venido a menos…Todos esos términos avergüenzan, ofenden, discriminan a la persona que sufre pobreza.

En cambo, para hablar de un rico, los términos suenan bien diferentes: acaudalado, acomodado, alto (¡clase alta!), bien ubicado, caudaloso, desahogado, forrado de dinero, gente de bien, harto, holgado, los de arriba, magnate, millonario, opulento, poderoso, potentado, próspero, pudiente, sobrado, venturoso… ¡no hay ningún término despectivo!

Prácticamente todos estos vocablos se relacionan con bienes materiales y el dinero. Otras dimensiones tales como la salud, libertad, amor, capacidades, familia, alegría, armonía en las relaciones interpersonales, paz, amistad prácticamente no se toman en consideración. Tampoco aparece el hecho que alguien puede poseer riqueza mal habida, que la riqueza puede perjudicar a su poseedor, que la acumulación de unos es el reverso del empobrecimiento de otros. Tampoco hay indicios lingüísticos que señalen que la riqueza tiene una función social e implica responsabilidad por las demás personas.

Este breve pantallaza nos conduce a un hecho importantísimo: el lenguaje resulta dominado principalmente por la clase que domina los ámbitos económicos, sociales y políticos, y por ende también los culturales. Esto vale para los llamados campos semánticos que abarcan los significados de un término, y también para el establecimiento del “buen hablar”, que va más allá de las reglas gramaticales y sintácticas. Quienes están en una posición ventajosa, se autocalifican “bien”, mientras que aquellos que no llegan a esa posición son descalificados de múltiples maneras.

Otro ejemplo más, por cierto muy emparentado con el anterior, ilustra el mismo hecho. Proviene del campo de la alcoholización y el alcoholismo. Sobre un ebrio se hace toda clase de chistes, se lo señala con el dedo, y la ridiculización no parece tener límites. Hay numerosos sinónimos para una persona que bebe o está en estado alcoholizado: achispado, alcoholizado, alegre, alumbrado, bacante, bebedor, bebido, beodo, borrachín, borracho, chupado, chupandín, cuba, curda, dipsómano, ebrio, emborrachado, embriagado, mamado, pellejo, petroleado, temulento, tomado… y otros más pesados. Para el imaginario colectivo, un alcohólico es un vicioso, un degenerado. En cambio, hay muy pocos términos para designar a aquel que abandona la carrera alcohólica: sobrio, recuperado, seco. Este último término no es muy halagador que digamos. Al abstemio o al que bebe poco se lo suele considerar un débil o incluso incapaz, y parece no pertenecer a la “media normal”. Y mientras que a nivel social se fomenta por muchos medios la alcoholización de la gran masa, se ridiculiza, margina y demoniza a la persona que persona que tiene problemas con el alcohol. Esto es altamente paradójico y contradictorio, y revela el elevado grado de patología verdadera esquizofrenia de la sociedad. Estas actitudes prejuiciosas y falsas son un gran obstáculo para un acercamiento a esa situación dramática, pues la terminología común y corriente muestra que la mayoría de la gente no hace ningún esfuerzo por comprender la tragedia de una persona alcoholizada o alcohólica. Todos los (des)calificativos son negativos, burlones, mordaces y maliciosos. En ellos no asoma ni siquiera lejanamente la realidad de la persona enferma, desesperada y sufriente, que padece una verdadera tragedia. Y si en algún momento podrá parecer alegre y “feliz”, en realidad sufre una profunda tristeza y maldice su situación.

El estudio del lenguaje desde la perspectiva de género ha sacado a luz una enormidad de usos, prácticas, costumbres, términos, reglas gramaticales y sintácticas y construcciones completas del lenguaje con los cuales se ejerce dominio sobre las mujeres. Los intentos de construcción de lenguaje alternativo, inclusivo, no peyorativo, avanzan muy lentamente y aún están expuestos a ridiculizaciones y críticas constantes.

Lo mismo puede decirse del racismo y del dominio colonialista e imperialista que se tradujo al lenguaje. “Trabajo en negro”, “laburar como un negro”, “negrear”, “magia negra”, “cosa de negro” son formulaciones que se relacionan con la esclavización de personas africanas; la historia local registra creaciones y aplicaciones propias de otras tantas fórmulas: “descubrimiento”, “salvaje”, “civilización o barbarie”, conquista del “desierto” (como si ahí no vivía nadie), “subdesarrollo”…

Estos simples ejemplos evidencian que el lenguaje es el primer medio con el cual se expresa la descalificación y con ello también la dominación del prójimo. Se legitiman estructuras de dominio, explotación, distanciamiento y supuesta superioridad de unos sobre otros. El lenguaje corresponde a las prácticas reales, en las que el desprecio de nuestro prójimo, imagen viviente de Dios, toma formas materiales y sociales concretas.

Para controlar la lengua y poder emplearla según la voluntad de Dios, no alcanza, pues, simplemente con mostrar buena voluntad. El reconocimiento del hecho que hemos recibido de Dios la magnífica herramienta de la comunicación verbal para construir relaciones buenas y sanas debe ir de la mano de decisiones y acciones concretas. No hay nada en el lenguaje que antes no estuviera en los pensamientos y sentimientos y sobre todo en la realidad social. Por eso tampoco alcanza con hablar “lindo”. La comunicación debe reflejar relaciones constructivas, respetuosas y sanas. Dado que la destrucción verbal del prójimo suele tener un arraigo social y descalifica sobre todo a los miembros débiles de la sociedad, un empleo constructivo del hablar sólo es eficiente cuando va de la mano de la opción por estos miembros débiles, el compromiso por ellos, el sentir y actuar con ellos. Si aprendemos a captar la realidad desde la perspectiva de las personas que sufren y se hallan marginadas, aprenderemos también un nuevo empleo de la lengua.


Rumbo a la predicación

El sermón podría estructurarse sobre algunas preguntas que podrán ubicarnos mejor en la temática y en los intentos de superación de los males señalados por Santiago. Es importante que asumamos nuestra propia responsabilidad, reconociendo públicamente en el sermón mismo– que como personas que tenemos la función de enseñar, predicar, asesorar, liderar, de ninguna manera estamos exentos de los problemas señalados. Y una de las tentaciones constantes es precisamente la del dominio, el control, el poder sobre otras personas.

De allí podemos pasar a los siguientes ítems:

¿Qué significa la enseñanza de Santiago para nuestras comunidades cristianas en este tiempo actual, en el que vivimos en una inmensa inflación de palabras y en el que diversos medios de comunicación se caracterizan por distorsionar, manipular y mentir?

¿Qué ejemplos se nos ocurren para ilustrar la discriminación de las hijas y los hijos de Dios por medio del mal uso de la lengua?

¿Con qué acciones y estructuras injustas se relacionan esos ejemplos?

¿Qué debemos, qué podemos cambiar concretamente para que también cambie nuestra comunicación?